
Valladolid. A lo largo de la historia, el hombre se ha organizado de diversas formas, en sociedad. Inicialmente, con la intención de sobrevivir y, luego, con la de mejorar su calidad de vida.
Naturalmente, se fueron generando cadenas de mando, evolucionando hasta nuestros sistemas políticos y sociales actuales. Es en este contexto en el que despierta uno de mis intereses de estudio: el comportamiento del hombre (en el sentido filosófico de la palabra) dentro de la sociedad.
Lo que viene a continuación son dos metáforas que he escrito buscando retratar mi percepción del hombre actual en un aspecto de la sociedad: el control.
Nacer y morir en una maceta

En cada grupo humano que ha tenido lugar en algún momento de nuestra historia podemos encontrar un grupo de individuos a los que me gusta comparar con aquellas plantas que germinan, crecen y perecen en macetas.
A estas les da curiosidad el jardín porque ven en el a muchas otras plantas. Diferentes olores y colores, tamaños y formas. En este, la vida se desarrolla en su esplendor; en este, el caos se ordena de tal manera que, a ojos del filósofo, se manifiesta como un paisaje bello y equilibrado.
Pero, esta planta curiosa, que no conoce por sus sentidos el mundo más allá de los muros de barro que la encarcelan (aunque ella cree que la protegen), se deja vencer por el miedo. Le aterra ir hacia el jardín porque en el no ve lo bello y lo libre; sino, lo desconocido y el desorden.
No sabe que en el jardín puede crecer y ser más de lo que es ahora. Quizá, el mal jardinero le dijo que no debe sacrificar su confort y (falsa) seguridad por aquello que ni si quiera conoce. Y, quizá, también le dijo que no solo debe desechar esa curiosidad, sino despreciar a las plantas que crecen en el jardín, por preferir a este y renunciar a la maceta.
No obstante, existen también aquellas plantas que nacieron en unos muros de barro pero que luego fueron trasplantadas en el jardín, gracias a las manos del buen jardinero.
Estas últimas plantas son como los hombres que anhelaron y consiguieron su libertad para pensar, escapando de la falsa seguridad de la maceta (el Estado) y de los consejos del mal jardinero (la sociedad). La filosofía es ese buen jardinero.
Dejó de llover hace tanto que...

¿Acaso la gente no se da cuenta que ya dejó de llover?
Siguen caminando con los paraguas abiertos, absortos. Caminan cabizbajos, mirando el suelo que parece desplazarse en sentido contrario al de sus pasos, como si tuviera prisa por retrasarlos.
Ven solo unos centímetros delante, pero son incapaces de ver más allá. Ya dejó de llover hace mucho, hace tanto que las praderas ya se están secando.
Posiblemente eso que creen lluvia sea, para algunos, las gotas que caen de sus paraguas; y, para otros, las lágrimas que recuerdan tiempos añejos, tiempos donde realmente llovía. O, lo que es más triste aún, su anhelo de que siga lloviendo para tener que cubrirse de la lluvia.
Por sus miradas, creo que es esto último. Miles de ojos que, temerosos, necesitan sentirse protegidos de algo que ya no está. Incluso, sentirse protegidos de cualquier cosa, no importa si no es lluvia. Necesitan sentirse protegidos.
Y, lo que es peor aún, una voz cuasi omnipresente les ha repetido sutilmente, durante mucho tiempo, que no son capaces de protegerse a ellos mismos. Que necesitan al emisor de esa voz, el mismo que cada día que pasa se vuelve más invasivo. El mismo que cada día que pasa arroja agua al cielo para que la gente no se olvide de la lluvia; de usar sus paraguas.
Opinión por Matías de Dompablo
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