
Valladolid. ¿Cuántas veces hemos oído sobre la soberanía del pueblo? ¿Cuántas veces nos hemos creído el cuento de que somos nosotros los que tomamos las riendas del país?
Desde las revoluciones ilustradas del siglo XVII y XVIII se han establecido diversos conceptos que forman parte de los Estados modernos. Los mal llamados "democracias". La democracia murió hace mucho, posiblemente con los griegos.
"Este sistema, defectuoso, ha puesto al pueblo a merced del Estado"
Uno de estos principios es la soberanía en el pueblo o el pueblo soberano. Esto presupone que los ciudadanos somos los pilares, la base del poder y, por consecuencia, quienes tomamos las riendas de las naciones a través del sufragio. A priori, esto no parece incorrecto porque somos nosotros los que cada 5 años elegimos al gobierno de turno que va a representar los intereses del país o, al menos, de la mayoría ¿no?
Pero, ¿qué pasa si no cumplen sus promesas? Es decir, si no hacen lo que deberían porque fueron escogidos por el pueblo soberano para representarlo, este podría echarlos del poder ¿verdad?
O, inclusive, vamos un poco más atrás. Si la voluntad de la mayoría no se ve reflejada en el proceso electoral y se sospecha de un fraude cometido por las autoridades correspondientes, el pueblo soberano podría intervenir ¿no?
Evidentemente, el pueblo no tiene vela en el entierro. La democracia supone la participación activa de una sociedad en su vida política; sin embargo, eso no es lo que vemos. El sistema en el que vivimos no es propiamente una democracia porque la participación del pueblo soberano solo figura eventualmente, cada vez que toca cambiar al gobierno de turno. Lo más acertado es llamar al sistema: gobierno representativo.
En este, el pueblo no es verdaderamente soberano. Esto se debe a que existe una ruptura en la cadena de mando. No se construye poder de abajo hacia arriba; sino, al revés.
"Del pueblo, por el pueblo, para el pueblo" - Abraham Lincoln
El ideal de este modelo es que sean los ciudadanos quienes escogen a sus representantes. Hasta este punto, el objetivo se ha alcanzado medianamente porque escogemos solo a una parte de la clase política. Después de la elección, estos deberían cumplir con los intereses de quienes los han llevado hasta ese puesto porque se supone que el político trabaja para el pueblo. En este escalón, ya se perdió el ideal del sistema porque, lo que vemos en la mayoría de casos, es que una vez que asumen el poder, estos velan principalmente por sus propios intereses. Posteriormente, los representantes, que deberían velar por los intereses del pueblo, también deberían salvaguardar los de la nación en su conjunto y no someterla a poderes externos (organismos supranacionales o grandes empresas). Nuevamente, en el mundo real, se ha roto el ideal del sistema.
Es por esto que, creer que somos nosotros los que verdaderamente decidimos qué pasará con nuestro país es, hasta cierto punto, ingenuo. Podemos inclinar el futuro hacia un ideal social, político o económico; pero, no sabremos, a ciencia cierta, qué pasará.
Este sistema, defectuoso, ha puesto al pueblo a merced del Estado. No debemos quedarnos de brazos cruzados solo porque "es el sistema que mejor funciona". Es evidente que cada vez el Estado tiene más poder. Si nos seguimos conformando con el mal menor, llegará el momento en que lo habremos hecho casi omnipotente y retroceder será muy difícil.
¡Oh, soberano pueblo! No te dejes engañar, no lo eres. Pero, tampoco creas que no existen alternativas que delimiten el poder del Estado, devolviéndote la libertad que has perdido.
Opinión por Matías de Dompablo.
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