[Opinión]
No es novedad el intenso e incesante esfuerzo mediático por la concientización a cerca del cambio climático y la responsabilidad ambiental. Sin embargo, ¿existe un motivo genuino detrás de este esfuerzo o es parte de una agenda política?
"En este juego de roles, planteado entre la derecha consumista y la izquierda 'considerada', se han perdido de vista factores altamente trascendentes para la solución de la problemática."
La coyuntura ambiental ha sido planteada como una lucha entre fuerzas antagónicas; entre las fuerzas oscuras y las luminosas, como si de una nueva versión de la lucha entre proletariado y burguesía se tratase.
En esta contienda, las fuerzas oscuras y malévolas son, coincidentemente, aquellos objetivos de la crítica izquierdista: grandes compañías, el libre mercado de bienes y servicios y la avaricia y egoísmo de los consumidores y grandes productores. Mientras que las fuerzas luminosas son, convenientemente, aquellos aliados estratégicos del aclamado progresismo: activistas, ONGs y las personas que desinteresadamente velan por el bienestar del planeta; pero que viéndose impotentes ante el gran poder económico e institucional de sus enemigos, piden refuerzos a su carta maestra: el Estado, capaz de detener a las fuerzas oscuras mediante su poder institucional.
En este juego de roles, planteado entre la derecha consumista y la izquierda 'considerada', se han perdido de vista factores altamente trascendentes para la solución de la problemática.
En primer lugar, el problema ha sido mal planteado y no por descuido o desconocimiento; sino, por estrategia. Es necesario remontarse a la década del setenta, con el establecimiento del Día Mundial del Medioambiente gracias a la Organización de las Naciones Unidas. Desde este momento (1974) en adelante, el legítimo reclamo por la preservación del medioambiente y cuidado de los ecosistemas, adopta un carácter centralizado y burocrático, formando parte de una agenda globalista. Una vez que una demanda colectiva es adoptada por un organismo internacional conformado por múltiples países, basta con exorbitar el problema causante del reclamo para sustentar la disminución de soberanía nacional que puede ejercer sobre las regiones que considere oportunas.
Este propósito globalista se ha visto acentuado, particularmente, desde el año 2015 con la implementación oficial de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la agenda 2030 de la ONU. El inconveniente con estos objetivos no es la forma ni el propósito superficial; sino, el trasfondo. Es decir, sí son metas trazadas como solución a problemas auténticos, lo que es, hasta cierto punto, loable; sin embargo, el núcleo de estos reside en la idea de que el globalismo es el fin hacia el que los países deben aspirar. Y este es el discurso que los simpatizantes incondicionales de los pronunciamientos ambientalistas de organismos internacionales han internalizado y asumido como verdad. Dicho de otra manera, quienes defienden a ciegas esta protesta, inicialmente legítima, no han caído en cuenta de la gran manipulación que recae sobre ellos.
Esta manipulación mediática, orquestada por este y otros organismos, como la OMC y la UE, está constituida por un mecanismo resumible: recolectar un clamor popular, volverlo suyo, extremar el problema y proponer una solución; todo conducido por una agenda que lleva a sus simpatizantes hacia un objetivo mayor del cual no se les informa de manera clara e inicial.
"Aquellos que no se dan cuenta, es porque siguen con los ojos vendados"
El principal peligro en una agenda globalista recae en nuestra libertad, individual y colectiva. Promocionar y alcanzar un gobierno globalista, en donde las fronteras nacionales sean simples líneas trazadas en mapas arcaicos, es ponerse a la merced de un gobierno todopoderoso, donde existe un único pensamiento dominante. En este contexto, quedaría justificada la muerte civil únicamente por pensar y opinar de manera distinta; es decir, por no ser simpatizante del gobierno. Este panorama, que algunos pueden considerar exagerado y propio de una dictadura comunista "de las que ya no existen", sucede actualmente en Canadá. Este país, cuyo gobierno marcadamente progresista con tendencia globalista, vulnera descaradamente el legítimo derecho a la protesta pacífica; en donde alzar la voz en contra del gobierno de turno es razón suficiente para recibir cargos penales y congelamiento de tus cuentas bancarias. Es realmente evidente hacia donde apuntan los gobiernos progresistas a nivel mundial; aquellos que no se dan cuenta, es porque siguen con los ojos vendados.
No obstante, mi intención no es exclusivamente señalar el problema y lo que conlleva; también hay soluciones que deben ser propuestas.
La raíz de la solución es la propiedad privada. De esta se desprenden los hilos necesarios para desarrollar soluciones viables. En un contexto respetuoso de la propiedad privada, nacen soluciones privadas que suelen ser más eficaces que las estatales, como el Narayana Health Care Hospital o Cipla, ambas iniciativas privadas que atacan problemáticas de salud en India. Asimismo, bajo un marco de protección a la propiedad privada, se puede reducir la externalización de costos ambientales en el mercado de bienes y servicios. Se debe tener presente que, así como las empresas, los consumidores también externalizan sus costos si no tienen incentivos para hacer lo contrario. Por tanto, puede ser atacada, de manera privada, la conducta en la demanda sin necesidad de una intervención excesiva en la oferta por parte del Estado, como lo ha planteado reiteradamente la izquierda.
Adicionalmente, para facilitar el desarrollo de estas soluciones, se desprende un pilar más desde la protección a la propiedad privada: la soberanía nacional. Con esta, los países pueden desarrollar tanto soluciones estatales como promover iniciativas privadas sin la necesidad de abarcar más problemas fuera de ellos. No obstante, para poder alcanzar este objetivo, es necesario recortar los poderes concedidos a los organismos burocráticos centralizados como la Organización Mundial del Comercio, la Unión Europea, la Organización de las Naciones Unidas o la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
A manera de conclusión, considero pertinente rescatar lo siguiente: en ningún momento se ha negado el problema climático, únicamente se ha tratado el mal planteamiento del problema que esconde una manipulación mediática mediante un discurso globalista. Bajo este enfoque, los únicos culpables son los enemigos de la izquierda progresista y la solución pasa a través de la estatización y globalización, resultando ambas igual de peligrosas para nuestras libertades. Las soluciones eficaces a la problemática ambiental deben ser enfocadas en la intervención privada, para lo cual se deben garantizar entornos favorables a la propiedad privada, el libre mercado y la soberanía de las naciones.
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